Al momento de practicar sus ideologías se comportan de manera similar y controvertida. Los talibanes, luchan contra imperios opresores que intentan dominar zonas estratégicas del mundo comercial, soviéticos y luego estadounidenses, ambos perdieron en una guerra no convencional. Mientras que ellas, el baluarte del pensamiento políticamente correcto postmoderno occidental, viven un conflicto abstracto frente al patriarcado opresor, inmolándose contra edificios públicos y religiosos.
La razón de un grupo son los objetivos, y ambos lo han logrado. Al fiel estilo talibán y sus “lobys” de presión, terminaron con la mayoría de certámenes de belleza femenina (Cola reef, reina de tal festividad regional) al argumentar que cosifican a la mujer. Su cuerpo su decisión, solo aplica para asesinar bebes, la vestimenta es tema aparte. Como digno talibán el velo y quizás el burka es necesario, para evitar lo mismo, pero, con otras palabras.
Los muertos en acción, son considerados mártires para los talibanes, los respetan e idolatran. Las feministas no son la excepción y crean sus propios iconos de lucha. La ley micaela, esa norma proselitista y obligatoria para el ser estatal, donde básicamente ser hombre es violencia. Paradójicamente fue el mismo estado quien se olvidó de encerrar a su asesino, acordándose luego, pero muerta y colocando como recordatorio cruel, su nombre en norma.
El infiel, debe ser castigado, y al estilo feminazi si existe denuncia falsa y funa mejor. Aquí ser nuevamente hombre es sinónimo de impureza, un constructo natural, un potencial demonio. Uno se financia con el Opio y el otro con organizaciones abortistas y estatales, otro que algún multimillonario idealista mundial. En los hechos se parecen y las semejanzas asustan, la moda postmoderna.
